La doble moral de la sociedad ante el sufrimiento invisible
Advertencia: Este texto aborda temas sensibles relacionados con la salud mental y situaciones de crisis. Se recomienda discreción. 
Anuncios Me he puesto a pensar en un caso que ocurrió aquí en Monterrey, donde vivo. Hace unos días, en pleno centro de la ciudad, una persona atentó contra su vida. Afortunadamente, varias personas intervinieron y le brindaron auxilio. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué pasará después, cuando las heridas físicas sanen? ¿Quién se preocupará por las heridas invisibles, esas que lo llevaron a tomar una decisión tan dura y solitaria?
Muchos que lo ayudaron, probablemente lo hicieron movidos por la moralidad o tal vez por la incomodidad que genera presenciar un acto así. Y es que vivimos en una sociedad donde estos actos se ven como una “inmoralidad” o una muestra de “debilidad”. Sin embargo, rara vez se habla del abandono que precede a estas crisis. En lugar de tender la mano cuando alguien muestra señales de lucha emocional o dificultades, es común ver cómo la indiferencia o incluso la crueldad se apoderan de las interacciones.
Estamos frente a una sociedad de doble moral. Esa misma que escucha en la iglesia que hay que ayudar al prójimo, pero que no duda en rechazar y humillar a quien necesita apoyo fuera de los templos. A veces basta que un conocido lejano pida ayuda para que la respuesta sea ofensiva, como si el simple hecho de necesitar algo ya fuera motivo de exclusión.
Y así, con cada rechazo, con cada mirada que juzga y no comprende, empujamos a esas personas a un abismo silencioso. Nos gusta hablar de comunidad, de valores, de solidaridad, pero solo cuando las condiciones son «parejas». Si alguien no está en condiciones de ofrecer reciprocidad inmediata, se le despoja de su humanidad.
Entonces, cuando vemos estos actos que tanto nos incomodan como sociedad, nos preguntamos: ¿cómo pudo llegar a eso? Y en el fondo, sabemos que es consecuencia de un entorno que capitaliza hasta las relaciones humanas.
Me queda la duda: ¿realmente ayudamos a las personas a tener una vida digna después de esos momentos críticos? ¿O solo intervenimos porque no queremos que nos incomode la evidencia de lo rota que está la sociedad?